miércoles, 9 de julio de 2014

Arte de la Edad Moderna

Gótico final, Renacimiento y Manierismo


El siglo XV significó una continuidad del arte gótico en la mayor parte de los países europeos. El denominado gótico internacional representaba la imposición, en el denominado otoño de la Edad Media, de un gusto refinado y cortesano, de origen francés, provenzal y borgoñón, que se extendía entre todas las artes plásticas, especialmente la pintura en soportes muebles (polípticos cada vez más complejos e iluminación de manuscritos) y la orfebrería (El corcel dorado, 1404). El gótico flamígero se aplicó a la arquitectura civil (ayuntamientos y palacios urbanos) además de la religiosa, de lo que son muestra los conjuntos urbanos de ricas ciudades burguesas como Brujas y Gante en Flandes y otros núcleos en las rutas comerciales que se extendían por todo el continente con gran vitalidad tras la crisis del siglo XIV: ferias de Champaña y de Medina, cañadas de la Mesta que cruzaban Castilla de sur a norte, ciudades del Rin, del sur de Alemania (Augsburgo, Núremberg), de Borgoña (Dijon, Hôtel-Dieu de Beaune, 1443) o los puertos septentrionales de la Hansa (Tallin, Danzig, Lübeck, Hamburgo o el propio Londres).
El mantenimiento de la tradición gótica, de las características locales o la mayor o menor influencia de los núcleos flamenco-borgoñón o italiano caracterizó la diversidad de la producción artística europea durante todo el periodo. Buena parte de la producción arquitectónica de finales del XV y comienzos del siglo XVI se efectuó con estilos nacionales que suponen una evolución natural del gótico, como el plateresco o isabelino (de debatido deslindamiento) y el estilo Cisneros en Castilla; y el estilo Tudor o gótico perpendicular en Inglaterra, que evolucionó a la arquitectura isabelina de finales del XVI y comienzos del XVII, ya fuertemente influida por los nuevos modelos renacentistas italianos. El arco ojival gótico y las floridas crucerías fueron sustituidos por el arco de medio punto, la cúpula y los elementos arquitrabados que recordaban a Roma (frontones, frisos, cornisas, órdenes clásicos). Incluso se impuso la decoración a base de los grutescos recientemente descubiertos en la Domus Aurea de Nerón.

En pintura y escultura, el gusto nórdico predominó frente al italiano hasta comienzos del siglo XVI en la mayor parte de Europa Occidental, lo que explica el éxito de artistas como los Colonia, los Egas, Gil de Siloé, Felipe Bigarny, Rodrigo Alemán o Michel Sittow (proveniente de un lugar tan lejano como el Báltico Hanseático); aunque el influjo de Italia también se dejó sentir, como demuestra el periplo europeo de escultores italianos como Domenico Fancelli y Pietro Torrigiano (menos significativa fue la emigración de pintores italianos, puesto que es fácil importar pintura, pero es más fácil importar al escultor que a las esculturas) y los aprendizajes en Italia de pintores franceses y españoles como Jean Fouquet, Pedro Berruguete o Yáñez de la Almedina. Pero ni siquiera en esas primeras décadas del siglo XVI puede decirse que se produjera una identificación del italianismo renacentista a comprar o imitar con el canon florentino-romano o «paradigma vasariano» (que es el que terminó fijando en el gusto clasicista perpetuado en los siglos posteriores). La mayor parte de la producción local, en todos los artes, tuvo una paulatina transición entre las formas góticas y las renacentistas. En la escultura castellana, esta transición corrió a cargo del grupo formado en torno a los Egas, con Juan Guas y Sebastián de Almonacid), mientras que en la corona de Aragón cumplió un papel similar Damián Forment y en Francia Michel Colombe.
Incluso en la propia Italia de finales del XV había posiblemente mayor interés por la pintura flamenca que el que pudiera haber por la pintura italiana en Flandes, como demuestra el impacto del Tríptico Portinari (1476), que no tuvo equivalente en obras italianas exportadas a los Países Bajos. En cuanto al gusto privado de un monarca de la segunda mitad del XVI, calificado de Príncipe del Renacimiento, como Felipe II de España, las fantasías oníricas y moralistas de El Bosco o las obras de pintores tan arcaizantes como Marinus y Pieter Coecke aventajaban a los maestros italianos o a otros más innovadores, como El Greco. No obstante, la generación de los monarcas de la primera mitad del siglo se había dejado seducir por los genios italianos de Leonardo da Vinci (Francisco I de Francia) o Tiziano (Carlos I de España ―emperador Carlos V―).
En cuanto a Flandes e Italia, la brillantez y originalidad indiscutible de cada uno de los artistas individuales y escuelas locales; así como la fluidez de los contactos mutuos, tanto de obras (Tríptico Portinari) como de maestros (Justo de Gante, Petrus Christus, Roger van der Weyden, Mabuse ―viajan de Flandes a Italia― Jacopo de'Barbari, Antonello da Messina ―viajan de Italia a Flandes―, el viaje de Antonello, citado por Vasari, es puesto en duda por la moderna historiografía, que únicamente reconoce su coincidencia con Petrus Christus en Milán); obligan a hablar de un protagonismo compartido que ni priorice ni confunda las características propias de cada foco, que son marcadamente diferentes. La región flamenco-borgoñona y su conexión natural con Italia, la zona alemana del Rin y el alto Danubio, fueron de un destacado dinamismo en todas las ramas de la cultura y el arte, destacadamente en pintura, con la innovación decisiva de la pintura al óleo (hermanos van Eyck) y el desarrollo del grabado que alcanzó alturas extraordinarias con Alberto Durero o Lucas van Leyden, además de la invención de la imprenta (Gutenberg, 1453). La pintura flamenca y alemana se caracterizaron por un intenso realismo y nitidez, y el gusto por el detalle llevado a su límite. La escuela de pintores del siglo XV denominada primitivos flamencos se compone de una extensa nómina de maestros: Roger van der Weyden, Thierry Bouts, Petrus Christus, Hans Memling, Hugo van der Goes, y algunos anónimos cuya atribución se ha conseguido establecer o es aún objeto de debate (Maestro de Flemalle ―Roberto Campin―, Maestro de Moulins ―Jean Hey―, Maestro de la Leyenda de Santa Lucía, Maestro del follaje bordado, Maestro de Alkmaar, Maestro de Fráncfort, Maestro de la Leyenda de Santa Bárbara, Maestro de la Virgo inter Virgines, Maestro de la Vista de santa Gúdula, Maestro de María de Borgoña, Maestro del Monograma de Brunswick); y que a finales del XV y comienzos del XVI continuó con figuras de la talla de El Bosco, Gerard David, Jan Joest van Calcar, Joaquín Patinir, Quentin Metsys o Pieter Brueghel el Viejo. La potencia de la pintura alemana de la época no se limitó a Durero, viéndose en la producción de artistas como Grünewald, Altdorfer o Lucas Cranach el Viejo. También se producen fructíferos viajes de maestros alemanes a Italia (Durero, Michael Pacher), mientras que el trasiego de maestros alemanes, sobre todo renanos, hacia Flandes fue mucho más abundante.

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